23/11/01

Política de familia

CESÁREO JARABO JORDÁN | El Sr. Gosta Esping-Andersen, catedrático de sociología de la Universidad Pompeu Fabra, en artículo publicado el pasado 22 de Noviembre en el diario El País, llama la atención sobre una cuestión que el sistema político se está comenzando a plantear como alarmante: la natalidad.

No está mal que el sistema acabe dándose cuenta de la imprescindible necesidad de tomar cartas en el asunto… con retraso, con mucho retraso sobre el tiempo en que convenía, pero finalmente, su inteligencia ha llegado a entender como necesario el apoyo a la familia.

No obstante, es imprescindible que antes de pasar adelante, los políticos entonen un “mea culpa” en tono suficientemente elevado y mantenido para que la sociedad acabe creyéndolos. Es necesario que, durante esa entonación, duradera y enérgica, y sin pérdida de tiempo, se dediquen los medios y el dinero necesario para afrontar las necesidades perentorias que agobian a las familias.

Pero por favor, no hagan caso al señor Esping-Andersen. Por favor, no sigan atentando contra la familia fomentando guarderías. No las queremos. Las guarderías, contra lo que el Sr. Esping dice, no liberan a la mujer, sino que esclavizan a la sociedad.

Los niños necesitan el contacto físico con sus padres, y prioritariamente con la madre. Lo que sucede es que el sistema demo-liberal precisa también a las mujeres como mano de obra.

El sistema demo-liberal, en lo único que está interesado es en sacar el máximo rendimiento a los medios productivos, y se encuentra en una encrucijada importante, porque por un lado ha conseguido vender la explotación de la mujer (y consiguientemente la del hombre, tradicional fuente de recursos ajenos en la familia), como un derecho de la mujer; ha conseguido vender que la maternidad es un método de explotación de la mujer por parte del hombre, y por otro se ha encontrado con que la consecución de ese éxito le está ocasionando la inexistencia de mano de obra.

Ahora pretenden cambiar el curso de las cosas, pero naturalmente no en atención a un espíritu humano, sino exclusivamente como fabricación de mano de obra. Por eso ponen como exigencia la creación de guarderías; por eso dicen que las mismas deben ser poco menos que gratuitas, al objeto de seguir obteniendo el rendimiento de quién debe estar ejerciendo de madre, educando como personas, necesitadas de sentimientos humanos, a sus hijos.

Ah, y los ancianos, para el sistema, y pare el Sr. Esping, ni tan siquiera existen. Con los ancianos siguen tan en el mismo limbo como hace tan solo unos meses con los niños.

Lo importante, está claro, es que se siga produciendo mano de obra, y que la mano de obra existente en la actualidad rinda lo preciso al sistema.

Pues no. No queremos guarderías; no queremos asilos. Queremos familias, hombre, mujeres y niños libres. No queremos que se nos siga engañando y explotando.

Lo mejor que puede ser un hombre es padre, y el sistema lo esclaviza horas y horas, impidiéndole ejercer de padre; lo mejor que puede ser una mujer es madre, y el sistema la esclaviza, la esteriliza espiritualmente y la incorpora a los medios de explotación física, intelectual y espiritual; lo mejor que puede ser un niño es niño, siendo impertinente con sus padres, siendo querido por sus padres, siendo castigado por sus padres, y si es menester, recibiendo algún azote de sus padres.

No queremos las leyes de defensa del menor impuestas por un sistema que asesina a los niños antes de nacer; no queremos leyes en defensa de la mujer promulgadas por un sistema que inexorablemente explota a la mujer; no queremos leyes en defensa del trabajador promulgadas por un sistema que no reconoce al hombre más que como homo económicus…

No queremos nada de eso. Lo que queremos es que se reconozca la realidad humana; una realidad humana que no se circunscribe a principios físicos; a principios animales o a principios económicos. Nosotros creemos en el hombre como ser portador de valores eternos; como ser que trasciende este mundo, con un alma inmortal capaz de salvarse o de condenarse.

Si nuestros políticos son otra cosa; si nuestros políticos no tienen alma, allá ellos, que se aparten, no tienen derecho a estar con nosotros, y menos a administrarnos.

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