26/10/01

Comentario al documento de los obispos: “La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad”

CESÁREO JARABO JORDÁN | No sé si cada día somos más los que nos sentimos huérfanos en esta sociedad deshumanizada; lo que sí sé decir es que cada día me siento más huérfano en una sociedad que por momentos me resulta más hostil; en una sociedad que ha cerrado las puertas a Dios y al hombre.

Poco es lo que me une a esta sociedad. Antes creía vivir en una sociedad Occidental y Cristiana, como occidental y cristiano fue conformado mi espíritu. Sin embargo, hoy, y no sólo por la relatividad que da la esfericidad de la Tierra, afirmo que esto que vivimos no es Occidente… y ni tan siquiera es Oriente. Hoy echo en falta en esta sociedad hasta los hechos más execrables de otros tiempos. Hoy echo en falta la actividad terrorista que en otros tiempos tuvo el socialismo y el comunismo, y hoy tan centrado exclusivamente en Vascongadas.

Echo en falta la persecución religiosa física; echo en falta el asesinato y el presidio de quienes tenemos fe cristiana, y sin embargo no noto que falte el odio y la persecución a todo lo que huela a cristiano y español.

Y lo echo en falta porque hasta ahora esa persecución era lo peor que podía ocurrirnos en Occidente. Sin embargo, esta falta de persecución física no es más que una vuelta más de rosca en la actividad exterminadora sobre la cultura occidental y cristiana, que ha descubierto como más efectivo que el asesinato físico, equiparar en igualdad el bien y el mal; la justicia y la injusticia; la verdad y la mentira; la suciedad y la limpieza; la vida y la muerte… y lo demás viene por añadidura. El relativismo es el arma más letal del liberalismo, nuestro amo y señor. Los partidos políticos son sus instrumentos dispersores, pero ha quedado demostrado que los asesinatos que cometían en otros tiempos tan sólo acabaron provocando el levantamiento armado de las víctimas, que por pura lógica resultaron vencedores en el campo de batalla.

Ahora, sin embargo, se amparan en un letal pacifismo. Ahora, en vez de disparar en la nuca (hechas unas miles de salvedades, claro está), envenenan con los medios que antes llamábamos de comunicación y que efectivamente han demostrado ser de masas. Antes asesinaban el cuerpo, y ahora, salvo en los miles de casos citados, prefieren asesinar el alma. Y a fe que les sale mejor la cuenta.

Ha quedado demostrado, una vez más, que la práctica mejora los métodos, y eso les ha marcado una ley con unas premisas:

- Primera premisa: restringir el asesinato físico a lo estrictamente necesario y evitar a toda costa el de personas consagradas.

- Segunda premisa: utilizar los medios de comunicación como distribuidores de las esporas del liberalismo. Presentar todo lo sucio y bajo como derecho inalienable de la ciudadanía; derecho que hasta la fecha había sido usurpado. Presentar todas las virtudes como represión de un mundo donde no hay libertad.

- Tercera premisa: defender la igualdad a la baja; si hay una persona culta y otra inculta, todos incultos; si una persona de orden y un delincuente, libertad e igualdad para ambos, con lo que al delincuente se le abre el campo y a la persona de orden se le cierra. La persona de orden se encuentra encarcelada en su hábitat natural.

Ante estas realidades, ante esta sociedad, los cristianos nos hemos enfrentado en inferioridad de condiciones, porque hasta quienes debían dar luz en nuestro camino habían apagado sus luminarias.

Muchos somos los que hemos mantenido nuestra fe a pesar de los que pasaban por ser nuestros pastores y no eran sino sicarios del Enemigo; muchos somos los que hemos tenido verdaderas crisis de identidad religiosa cuando hemos comprobado que nuestros pastores defendían a las claras principios liberales y democráticos, cuando las enseñanzas de la Iglesia al respecto parecen estar en las antípodas de los mismos.

¿Desde cuando, en la Iglesia Católica, una mentira repetida mil veces es tomada por verdad?. Bien, pues en esencia, ese es el principio democrático por excelencia. Ésa, la base del liberalismo triunfante.

Pastores, Obispos, sacerdotes y catequistas han marginado durante años a los cristianos que, aturdidos, navegando en un mar de dudas y a punto de la esquizofrenia, defendían los principios que habían aprendido de niños: los principios estrictamente cristianos.

Y pastores, Obispos, sacerdotes y catequistas, han estado enseñando, y aun enseñan hoy, principios liberales en las parroquias.

Como los Obispos señalan en su documento nos sentimos huérfanos, nos seguimos sintiendo huérfanos, porque conocemos que de esta sociedad no cabe esperar nada bueno, y de la Iglesia esperamos ánimos para cambiar (dudo mucho que el cambio pueda ser pacífico), este mundo liberal y ateo que domina todo nuestro ser.

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