11/5/10

gloria en minúscula

CESÁREO JARABO JORDÁN | La democracia y los demócratas son cosas curiosas y dignas de estudio cuyo ámbito abarca un amplio espectro. Tal vez otros sistemas políticos tengan otros tantos recovecos dignos de atención, pero ahora no es el caso.

Uno de los aspectos que más llama la atención es la forma de medrar que tienen sus más insignes representantes. No es la inteligencia ni la honradez, precisamente, aspectos a tener en cuenta en la carrera por el éxito de un buen demócrata. Prima sobre otras cosas, la habilidad; una cualidad primaria, propia de mentes poco desarrolladas, si bien perfectamente adaptadas al medio.

Esta meditación viene a cuento de la actualidad, y la trae al alero la deriva que va tomando un caso que tiene a toda la población en vilo (una de tantas que conforman el sistema): el caso del juez Garzón.

Sucede, como en otras ocasiones, que, llegados a un punto álgido de puesta en evidencia, en muchas ocasiones provocada por la propia actuación del sistema con relación a alguno de sus miembros, el acosado en cuestión es apeado de su puesto, con lo que se da satisfacción a los acosadores... y con una patada en el trasero es elevado a un puesto de menor relumbre y de mayor influencia.

He vivido de cerca, y hasta como involuntario causante de tal situación, dos experiencias que han reportado sendas patadas en dicho sitio y con idéntico resultado, a otros dos personajillos; y ahora, con el señor Garzón reclamado para calentar un sillón en un tribunal internacional del sistema, me viene a la cabeza la deriva llevada en aquellas ocasiones, tan similar a lo que todos estamos conociendo.

Buena herramienta del sistema para seguir controlando la sociedad, sí señor. Retirado el causante, aparecen los detractores como vencedores; se quedan tranquilos y contentos, mientras quién se merece perecer en los abismos y en el desprecio generalizado, ocupa un puesto sin relumbre y disfruta de mucho más poder que hasta el momento, dejando puestos libres que serán ocupados por quienes siguen su estela.

Es un paso más de su particular gloria en minúscula que no dejará de producirse mientras quienes lo padecemos todo no sepamos decir basta.

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